viernes, 22 de febrero de 2013

ARTISTAS PROFESIONALES Y ARTISTAS TRABAJADORES.

Estabilizaciones y burocratizaciones varias.

El arte es más destrucción de sentido que construcción de sentido.
T.W.Adorno

Me gustaría discutir  un par de conceptos que, a mi juicio, son intentos de burocratización y estabilización de eso que no puede estandarizarse.

Tiempo atrás desarrollé en  algunos textos mis ideas acerca del problema del “artista profesional”, lo absurdo que me parece ese concepto y su evidente correspondencia con los imperativos del mercado y no con los del arte. Sigo sosteniendo mi desacuerdo con esa denominación y también con otra idea, la del “artista trabajador”, que a mi juicio no es más que la otra cara de la misma moneda. Por un lado tenemos a los “profesionales” que serían los privilegiados del sistema, los que cumplen con las normas de calidad del mercado, los que “trabajan” con una galería, los que “viven de su obra”;  claramente una minoría, al menos en los países periféricos -de hecho, hace muy poco circuló por la web una cifra según la cual en Argentina habría 10.000 artistas de los cuales sólo 200 vivirían de la venta de su obra-, y luego tenemos un sector mucho más numeroso: los autodenominados “trabajadores del arte”, los que reclaman su integración en un sistema que no parece estar muy interesado en integrarlos. Son “trabajadores”, así se declaran, y por lo tanto necesitan instituciones que los representen como tales, es decir, que defiendan sus derechos. Esto parece tener una lógica irrefutable; así funciona el sistema, las relaciones sociales, laborales, etc.  Todo esto configura, que duda cabe, una forma de estabilizar, ¿domesticar? una actividad –el arte- que, como decíamos al principio, no tiene una definición clara. Adorno decía que Arte es “hacer con medios racionales, algo que no se sabe qué es”; “profesionales” y “trabajadores” por el contrario, están incluidos dentro de una estandarización comprensible, tranquilizadora, y por supuesto, útil.  Apunto, como al pasar, que esta división tiene ciertas connotaciones –por no decir que denota  abiertamente- una división más política; una derecha y una izquierda del arte; un sistema comercial donde unos pocos privilegiados viven bien, y una masa excluida que reclama por sus derechos y va generando instituciones burocratizadas que la defienden. Derecha e izquierda del arte, las dos caras de un mismo sistema de domesticación de eso que no tiene definición porque se ocupa de lo inestable, de lo indecible, de lo indecidible.

Creo que a estas alturas no es necesario que aclare que no considero al arte como un “trabajo”. No se trabaja de “artista”; se puede trabajar como gestor, como curador, como docente, pero no como artista, cuando escribo estas líneas no estoy trabajando; el arte, el pensamiento, la reflexión no son “trabajos” en el sentido de “actividad dignamente remunerada”; son otra cosa, mucho más intensa que algo por lo que uno busca una remuneración, una estandarización, una estabilidad. El arte es inestabilidad y eso no se compra, ni se vende, ni se burocratiza.

Hace poco una artista a quien valoro especialmente me decía que si en la circulación de su obra –digamos, todo lo que sucede alrededor de una muestra-  finalmente la obra volvía a su taller, -es decir, si no se vendía-, ella pensaba que algo fallaba allí, que en algo había fallado su obra. Mi respuesta fue que nada fallaba con su obra, que lo que había –o habría- fallado en todo caso era un sistema de comercialización de objetos. El Arte es para el pensamiento, el Arte es para el espíritu –descargado este último de connotaciones metafísicas, y entendido como potencia de transformación-. La obra ha fallado si no ha generado pensamiento, reflexión, turbación, en síntesis, si no ha producido alguna experiencia en el espectador-participante. Su preocupación –la de mi amiga- era que la obra no circulara, que se quedara en su taller, pero ¿es que sólo podemos pensar en la compra –venta como sistema de circulación? Si lo que nos preocupa es la circulación podemos pensar en préstamos, trueques, intercambios, donaciones –que están de moda-, etc. Si lo que nos preocupa es la venta, no nos interesa la circulación, lo que nos interesa es el mercado.

No voy a seguir citando a Adorno porque corro el riesgo de ser rápida y livianamente calificado como “moderno”, lo cual se ha convertido en sinónimo de “anacrónico”; voy a citar entonces a un par de autores un poco más actuales:

Mario Perniola es un teórico italiano, profesor de estética y autor de varios textos más que interesantes como "Contra la comunicación”, y el de reciente aparición “La sociedad de los simulacros”. Voy a transcribir dos fragmentos de su libro “El arte y su sombra”, un texto breve y contundente que recomiendo muy especialmente. En la página 77, Perniola nos dice:    

la desmitificación, en efecto, aparece funcional respecto a las exigencias de una sociedad que ya no tiene necesidad de mantener la autonomía relativa de las actividades simbólicas, como el arte, la filosofía y, más en general, los estudios humanistas. Aquella, por tanto, tiende a transformar a los portadores de las actividades simbólicas en “funcionarios del sistema productivo, sumiéndolos en una relación de referencia inmediata a las exigencias de la producción y de la organización social”(el último entrecomillado es una cita de Gianni Vattimo).

Y más adelante, en la página 79:

 “Así, la expresión ´carrera filosófica´ no suena menos reductiva que ´carrera artística´ porque implica una estandarización de lo que, por definición, es modelado por el imperativo de la excepcionalidad. Como observa agudamente Heinich (Nathalie), el ejercicio del arte es justamente lo contrario de una carrera burocrática: mientras esta última persigue fines personales (la promoción) a través de medios impersonales (la aplicación de reglas, el artista (como el filósofo) persigue fines impersonales (la apertura de horizontes de experiencia caracterizados por una pretensión de universalidad) a través de medios personales (la tutela y el desarrollo de su propia singularidad)

Acuerdo plenamente con Perniola y con los autores que cita; siempre me ha parecido desatinada la idea de “carrera artística”, que se relaciona directamente con el concepto de “artista profesional” – y por supuesto, también con el de “artista trabajador”-.  Me parece que aquí las preguntas claves serían ¿Sirve el artista para la estabilidad del sistema? ¿Para convalidar los valores establecidos de la sociedad? ¿Para agruparse en instituciones burocratizadas y burocratizantes que contribuyen a la normalización y la estabilización de su hacer? ¿Es deseable un artista que sea parte integrada, estabilizada, normalizada de la sociedad? Lógicamente la sociedad, el sistema, lo desean pero… ¿eso es bueno para el artista y para el arte?

Creo que es fundamental comprender que el arte es una actividad que se relaciona con lo indecible, con lo indecidible, con lo inestable, con lo que de alguna manera está siempre en tensión con los valores aceptados por la sociedad ya que representa eso que no puede estabilizarse, burocratizarse.

No puede haber profesionales de lo inestable, ni trabajadores de lo indecible. La normalización no es lo propio del arte. Aunque el sistema así lo quiere. Cuando el Arte se hace uno con el sistema, ya no es Arte, es sistema.

Acabo de leer una compilación de textos de Luis Camnitzer y es muy interesante ver la transformación de su pensamiento –los textos van desde el año 1969 al 2006- porque es la visión de un artista latinoamericano que se instaló en Nueva York desde hace muchos años y su  tema principal –el que atraviesa casi todos los textos allí compilados- es el de la resistencia del artista a la cooptación del mercado; su preocupación es la estrategia que debe usar el artista para no corromperse. En el ensayo titulado “La corrupción del arte/el arte de la corrupción” (texto publicado en el sitio de internet www.universes-in-universe.de en el año 1996) Camnitzer cuenta sobre el final que antes de publicar el texto se lo pasó a algunos amigos para que le dieran su opinión y transcribe los comentarios de uno de ellos, especialmente uno que le resultó el más interesante: “No tengo una solución clara, creo que la ética es fundamental, y pienso que el asunto consiste en continuamente meterse y salirse, meterse y salirse” dijo su amigo. Luego de esto, Camnitzer comenta: “Lo que mi amigo planeaba era una estrategia de infiltraciones múltiples, suficientemente cortas como para no terminar absorbido o coaccionado, pero aceptando la existencia de la realidad en sus  propios términos en lugar de negarla en términos idealistas. El secreto del tipo, que nunca alcanzó a decírmelo –quizás porque él mismo no se dio cuenta- era que aceptar la realidad en sus propios términos no es sinónimo de aprobar esa realidad. Las infiltraciones sucesivas –y estoy hablando teóricamente, porque no tengo idea de cómo se instrumenta esto en la práctica- tienen la ventaja de no tener tiempo para contaminar al infiltrado”.

Transcribir este fragmento de Camnitzer tiene por finalidad prevenirme de la acusación de ser  un talibán que no acepta la existencia del mercado o del “mundo del arte”, realidades insoslayables de nuestra época; pero son justamente esas realidades las que deben hacer pensar cada día a los artistas acerca de su hacer, de sus estrategias y de la definición del arte, en lugar de instalarse cómodamente en un universo previsible y reglamentado, ya sea el de los que venden, o el de los que se quejan porque no venden, el de los que participan de un selecto grupo que gana premios, becas y trabaja con la cincuenta y única galería importante del país o la de los que se quejan por no pertenecer a ese pequeño universo. Sé que hay muchos artistas jóvenes, y otros no tan jóvenes, que buscan estrategias para “meterse y salirse” sin ser cooptados y seguir preguntándose cada día ¿qué es el arte?

Vuelvo a Perniola –y con esto voy cerrando-  que, en la página 80 del texto ya citado dice que el artista y el filósofo tienden a “reconocerse en el papel heroico-irónico que, por un lado, contiene un elemento de desafío con respecto a lo que es socialmente dominante; por el otro, sin embargo, no puede agotarse en la transgresión, so pena de permanecer en aquel estado de subordinación respecto al pasado que Nietzsche definió como la “enfermedad de las cadenas”.
La cuestión a la que no es fácil dar una respuesta es la de si este papel “heroico-irónico” está hoy más en consonancia con el filósofo que con el artista. Este último, en efecto, parece demasiado seducido por las ambigüedades y las incongruencias del “paradigma contemporáneo”(…) Paradójicamente, el filósofo del arte parece hoy mejor equipado que el artista para valorar, sin quedar prisionero del culto de las obras, y para comunicar, sin ser víctima de las crudas realidades de una transmisión inmediata

Soy plenamente consciente de que estos últimos textos abren varias líneas de discusión que diversifican el planteo primero de este escrito y que podrían desarrollarse en futuras oportunidades. Digamos que este texto queda abierto y aceptemos la deriva.

Saludos.
El Pato.