No recuerdo el nombre,
pero un artista conceptual dijo en alguna ocasión que en el mundo ya había
demasiadas cosas como para seguir agregando más. Admirable declaración y más admirable aún si
la pudo llevar a la práctica con rigor; desconozco esta segunda parte de la
historia. Recuerdo esa frase cuando atravieso alguna crisis en la producción de
mi obra, es decir que ahora la recuerdo muy a menudo, y no es que mi producción
haya sido alguna vez muy prolífica: me gusta más pensar que hacer, lo cual es
un problema porque a veces tengo ideas que me parecen buenísimas –tal vez no lo
sean- y que jamás llevo a la práctica.
Muchas veces me reprocho esta inclinación de mi personalidad, pero aún si fuera
criticable creo que es mejor que producir obras como salchichas; eso de seguir
agregando objetos insignificantes –no
significantes- al mundo me parece
infinitamente peor; y más aún pretender
vivir de la mercantilización de esos objetos insignificantes. Esta breve introducción, levemente
autocrítica, tiene por objeto –no casualmente- hablar de mi reciente visita a la feria
EGGO. Algunos amigos no estarán de
acuerdo conmigo –y espero que no se ofendan- pero la feria EGGO me pareció
HORRIBLE; sé que ésta no es una categoría crítica; tal vez con el correr del
texto encuentre una mejor. No quiero ser injusto: hubo dos o tres
espacios que me parecieron muy interesantes –no voy a aclarar cuáles- pero el
problema es que esos espacios se veían neutralizados en medio de la mediocridad
y la insignificancia del resto. Lo mismo
que les ocurría a estos espacios les pasaba a algunos buenos artistas cuyas obras se perdían en
medio de la proliferación de
anacronismos y clichés que invadían
metastásicamente las paredes. Siempre me
resulta extraño comprobar con que
frecuencia los artistas olvidamos que una obra interesante rodeada de otras que no lo son pierde su interés
inexorablemente. Un capítulo aparte
merece el nombre de la feria ¿Qué mierda significa EGGO? Parece el nombre de
alguna revista cool-pedorra; ninguno de
mis amigos pudo explicarme por qué le
pusieron ese nombre. El psicoanálisis
puede estar muy cuestionado en la actualidad pero nadie con algún tiempo de
análisis dudará de la autenticidad –por decirlo de alguna manera- del fallido;
había un espacio en EGGO –creo que en la sala C del CCR- cuyo nombre era algo
así como “Ricardo Gutiérrez” y abajo decía “espacio privado de arte”, y ese
nombre me pareció buenísimo para definir no solamente ese espacio sino toda la
feria; “privado” en el sentido de “privación”, un espacio sin arte, un espacio
que fue privado de arte. ¿Cuál es el
valor que asignan los artistas a sus obras? No hablo del monetario. Tal vez pienso demasiado, y eso atenta necesariamente contra la producción –siempre
y cuando no consideremos producción al
pensamiento- pero sinceramente no puedo entender por qué algunos artistas someten sus obras a tal degradación.
¿Necesitan desesperadamente vivir de la venta de sus trabajos? Confirmo una vez más que es mejor vivir de
otra cosa y producir sin la presión del mercado. Algunos me dicen que soy
extremista, que es una feria, que no se puede esperar otra cosa; puede ser;
pero entonces no deberían llamarse “ferias de arte”; propongo para sus
próximas ediciones que el nombre sea “EGGO, espacio privado de arte”, privado
de arte, privado de poesía, privado de interés.
No hay arte en las ferias, sólo mercancías. Ya lo dije alguna vez: el mercado del arte
sólo tiene objetos; el arte excede ampliamente el campo de los objetos; es más,
creo que el arte no tiene nada que ver con los objetos.
Saludos. El Pato.