Hola a todos.
Hace algunos días, revolviendo papeles viejos, como suelo hacer de vez en cuando, para deshacerme de algunas toneladas de lo que tengo acumulado, encontré en un suplemento RADAR, del diario Pagina 12 del 13 de diciembre del 2009, una entrevista buenísima, realizada por Miguel Rep al poeta, filósofo y sacerdote católico – todos tenemos algunas contradicciones- Hugo Mujica, acerca de su libro “La pasión según Trakl”, sobre el poeta alemán, que también era admirado por Martin Heidegger. Sólo voy a transcribir la última parte porque tiene estrecha relación con dos de mis últimos envíos: “¿Qué es el arte?” y “El arte es para el pensamiento”. Quienes los hayan leído sabrán de qué se trata y quienes no, pueden hacerlo en: http://lucaspato.blogspot.com/
Transcribo:
Miguel Rep: ¿Para qué te parece que la poesía debería servir?
Hugo Mujica: -Si algo sobra en nuestros tiempos son las cosas que sirvan para algo. Tal es así que la antigua y esencial pregunta sobre qué es la vida, se transformó en la pregunta sobre para qué es la vida; ese cambio casi imperceptible nos revela como utilitarios, hacedores de útiles, herramientas, todo lo que sirve para usar, usar y tirar, tirar para cambiar. Ese “para”, remite todo a otra cosa, a algo que no está en sí, y la poesía, el arte, no es del orden de los medios sino de los fines, de lo que se cumple en sí, no más allá de sí; es del orden de lo que no se justifica ni desde afuera, por la aprobación o el mercado, ni tampoco desde el propio creador; la obra, el poema, instaura su propia ley, su propia clave interpretativa, su propio valor es, diría, su propia justificación y su propia revelación. Y, también diría, su propia revolución, ser belleza en medio de un mundo reducido a mercadería; revolución y protesta: ser gratuidad en medio de un mundo hundido en el lucro y la especulación. La poesía es el puro ser por sí, quizá como la vida misma, quizá por eso el arte puede enseñarnos a vivir.
Después puede venderse, usarse, investigarse…insertarse en la cultura y hasta en el mercado, pero eso es siempre después, en un después que ya es el trueno y no el relámpago-.
Fin de la transcripción, y creo que no hay nada que agregar.
La siguiente transcripción es de un texto que el sábado 4 de septiembre, escribió Claudia Piñeiro en la columna de opinión del diario La Nación –esta vez el diario La Nación me sorprendió-, transcribo la nota íntegramente –no se asusten, es breve- ahí va:
EL LENGUAJE LIBRA BATALLA
Claudia Piñeiro para LA NACION
Las palabras que elegimos para nombrar no son inocentes. Existe un efecto ideológico del lenguaje, que es explotado por algunos e ignorado por otros. Cuando Mauricio Macri dice, refiriéndose a la toma de colegios en la ciudad que gobierna, "uno no puede ni tomar una Coca-Cola que no esté en su heladera", opera ideológicamente. Además de equiparar el verbo "tomar" con "agarrar" y "robar", parte de la base de que quien recibirá su mensaje podrá decodificarlo "desde el sentido común" ya que tiene heladera, toma Coca-Cola y es capaz de condenar, como él, la toma de colegios como manifestación política.
Sólo algunos actores dentro de una sociedad pueden usar el lenguaje para sostener su posición. Para el resto queda, con tiempo y esfuerzo, advertirlo y resistir.
Tres ejemplos
El primero, año 1983. Cuando el país regresó a la democracia, empezamos a nombrar el pasado reciente como "el Proceso". Llevó un tiempo darnos cuenta de que ése no era el nombre adecuado. ¿Qué proceso? Ningún Proceso de Reorganización Nacional. Lo que vivimos fue una dictadura militar y así había que nombrarla. Aunque el cambio de una expresión por otra no sucedió de la noche a la mañana. Poco a poco, muchos fuimos abandonando el uso de la palabra "proceso" y adoptando el uso de las palabras "dictadura militar". No todos lo hicieron. Pero hoy, en 2010, quienes nombran al período de la historia argentina que va de 1976 a 1983 de una forma o de la otra toman (otra vez el verbo "tomar") una postura política. Ya no es inocente llamar Proceso a ese período. Las palabras trazan una línea y está bien que así sea.
El segundo ejemplo es reciente. La sociedad discutía si se le daría o no derecho a contraer matrimonio a una pareja formada por dos mujeres o por dos hombres. "Ley de matrimonio gay", empezamos llamándola. Pero a medida que pasaban los días, cambiamos el nombre y elegimos llamarla "ley de matrimonio igualitario". ¿Por qué? Porque no se trataba de una ley que regulara el casamiento de la comunidad gay (lo que habría sido discriminatorio), sino de asimilar a esas parejas a la ley de matrimonio existente. El mismo matrimonio para todos. Hablar hoy de ley de matrimonio gay implica una discriminación que, en el mejor de los casos, puede ser todavía involuntaria. Esta evolución del lenguaje no está tan consolidada como la anterior. Llevará un tiempo, pero el modismo también caerá en desuso y se trazará otra línea.
El tercer ejemplo es tan actual que estamos parados sobre él. Escuchamos a diario la frase "a favor del aborto" o "pro-aborto". Lenguaje que juzga e intenta que el mensaje sea decodificado unívocamente: "pro- aborto = asesino". Nadie es pro-aborto; las mujeres que quedan embarazadas y deciden interrumpir su embarazo seguramente preferirían no haber quedado embarazadas. Pero ante el hecho consumado del embarazo no deseado, de lo que se trata es de poder elegir. Por eso se está a favor o no de "la despenalización del aborto", de la "legalización del aborto", no del aborto. Y esto no es menor. Ni mucho menos inocente. Cuando escuchamos decir: "Jueza a favor del aborto", o "la Iglesia condena la postura pro aborto de Fulano de tal", debemos tener en claro por qué se elige decirlo de esa manera: no sólo para descalificar, sino también para evitar la posible discusión de la ciudadanía sobre el tema. ¿Quién se sentiría capaz de decir: "Yo soy pro aborto"? En cambio, muchos más estarían en condiciones de cuestionarse si están a favor o no de la despenalización del aborto. Discutir si en la Argentina una mujer sin recursos económicos debe o no tener acceso a la interrupción de un embarazo no deseado con las mismas medidas de higiene y seguridad con que hoy lo hacen en el mismo país las mujeres que tienen dinero.
Hace un tiempo, vi un programa de televisión en el que enfrentaron a la madre de una discapacitada violada, a la que un juez no le permitía abortar, con una mujer que pertenecía a una institución que abogaba por prohibir el aborto en todas las circunstancias y para todas las mujeres. Esa mujer llamaba "abuelita" a la madre de la chica violada y embarazada. Lo decía con un tono suave, hasta cariñoso. La madre de la chica violada entendió rápidamente qué trataba de hacer esa mujer con el uso de esa palabra, y supo defenderse. "A mí no me llame de ese modo; yo no soy abuela de nadie", dijo.
Las palabras son poderosas. El lenguaje libra batalla. Puede ser una vía de dominación, pero también de resistencia. Cuando un discurso apela al "sentido común", no se nos permite pensar cómo son o funcionan las cosas, sino sólo si se adecuan o no a un sistema preexistente y hegemónico. Equiparar la toma de colegio con tomar la Coca-Cola de una heladera, o llamar "abuelita" a la madre de una chica embarazada porque fue violada intentan eso.
El análisis crítico del discurso debería ser una materia obligatoria desde la escuela primaria. Así tendríamos herramientas para resistir desde el lenguaje.
Fin de la transcripción y tampoco esto necesita que ya agregue comentario alguno.
Por último quiero decir algo en defensa de mi ya prolongado anonimato, y que, a decir verdad no sé cuánto más se prolongará, aunque, como ya dije en alguna ocasión, tarde o temprano todo llega a su fin.
A lo largo de estos años, en que he escrito esta columna, varias personas se han molestado y otras, aunque aprobando los textos, han cuestionado el uso del seudónimo –muchas otras, la mayoría, han aprobado ambas cosas-. Entre los que se han molestado hay críticos y, -esto me produjo cierta extrañeza- también algunos artistas –y no estoy hablando de aquellos a quienes critiqué duramente, porque para esos se trata de algo más personal-; hasta hubo una artista que me pidió que la sacara de mi lista y no le enviara más textos. Me extraña que tanto críticos como artistas jóvenes, que están muy al tanto de las estrategias contemporáneas, y de la diversidad de lenguajes y de soportes que los artistas usan hoy día para construir su obra, no acepten ni comprendan que mi práctica se inserta perfectamente dentro de esas estrategias, que la construcción de este personaje es parte de mi obra
Los artistas – y todos los demás también- vivimos en un tiempo en que hay mucho para decir, paradójicamente, -o no- la mayoría ha elegido el silencio, la especulación, la no confrontación, como si hubiera mucho que perder en un ambiente que sabemos mezquino y mediocre, en un medio donde el evento artístico más importante del año es una “feria”, y donde no puede hallarse un minuto de reflexión acerca del sentido de las obras, o de la identidad de nuestra producción, y muy especialmente, de la de nuestros artistas jóvenes. Mi anonimato tiene un límite y es parte de una estrategia, y cuando ya no sea el Pato Lucas, sino un artista como tantos otros, no tendré ningún problema en seguir sosteniendo todos y cada uno de mis dichos, porque si he vivido del arte en muchos sentidos, no ha sido gracias al mercado, ni a los críticos, aunque varios de ellos hayan escrito sobre mi trabajo. No le debo nada a nadie, lo que construí, lo hice “a pulmón”, como la mayoría de los artistas de este país. Tengo críticos amigos, pero no es una amistad interesada, y creo que ellos lo saben.
El Pato Lucas, entonces, debe ser considerado como parte de la obra de un artista, del cual, por el momento, no se conoce la identidad –aunque muchos lo sepan y algunos la sospechen-, y esa es mi mejor y única defensa, si es que necesito alguna.
Saludos y hasta la próxima.
El Pato
Hugo Mujica: -Si algo sobra en nuestros tiempos son las cosas que sirvan para algo. Tal es así que la antigua y esencial pregunta sobre qué es la vida, se transformó en la pregunta sobre para qué es la vida; ese cambio casi imperceptible nos revela como utilitarios, hacedores de útiles, herramientas, todo lo que sirve para usar, usar y tirar, tirar para cambiar. Ese “para”, remite todo a otra cosa, a algo que no está en sí, y la poesía, el arte, no es del orden de los medios sino de los fines, de lo que se cumple en sí, no más allá de sí; es del orden de lo que no se justifica ni desde afuera, por la aprobación o el mercado, ni tampoco desde el propio creador; la obra, el poema, instaura su propia ley, su propia clave interpretativa, su propio valor es, diría, su propia justificación y su propia revelación. Y, también diría, su propia revolución, ser belleza en medio de un mundo reducido a mercadería; revolución y protesta: ser gratuidad en medio de un mundo hundido en el lucro y la especulación. La poesía es el puro ser por sí, quizá como la vida misma, quizá por eso el arte puede enseñarnos a vivir.
Después puede venderse, usarse, investigarse…insertarse en la cultura y hasta en el mercado, pero eso es siempre después, en un después que ya es el trueno y no el relámpago-.
Fin de la transcripción, y creo que no hay nada que agregar.
La siguiente transcripción es de un texto que el sábado 4 de septiembre, escribió Claudia Piñeiro en la columna de opinión del diario La Nación –esta vez el diario La Nación me sorprendió-, transcribo la nota íntegramente –no se asusten, es breve- ahí va:
EL LENGUAJE LIBRA BATALLA
Claudia Piñeiro para LA NACION
Las palabras que elegimos para nombrar no son inocentes. Existe un efecto ideológico del lenguaje, que es explotado por algunos e ignorado por otros. Cuando Mauricio Macri dice, refiriéndose a la toma de colegios en la ciudad que gobierna, "uno no puede ni tomar una Coca-Cola que no esté en su heladera", opera ideológicamente. Además de equiparar el verbo "tomar" con "agarrar" y "robar", parte de la base de que quien recibirá su mensaje podrá decodificarlo "desde el sentido común" ya que tiene heladera, toma Coca-Cola y es capaz de condenar, como él, la toma de colegios como manifestación política.
Sólo algunos actores dentro de una sociedad pueden usar el lenguaje para sostener su posición. Para el resto queda, con tiempo y esfuerzo, advertirlo y resistir.
Tres ejemplos
El primero, año 1983. Cuando el país regresó a la democracia, empezamos a nombrar el pasado reciente como "el Proceso". Llevó un tiempo darnos cuenta de que ése no era el nombre adecuado. ¿Qué proceso? Ningún Proceso de Reorganización Nacional. Lo que vivimos fue una dictadura militar y así había que nombrarla. Aunque el cambio de una expresión por otra no sucedió de la noche a la mañana. Poco a poco, muchos fuimos abandonando el uso de la palabra "proceso" y adoptando el uso de las palabras "dictadura militar". No todos lo hicieron. Pero hoy, en 2010, quienes nombran al período de la historia argentina que va de 1976 a 1983 de una forma o de la otra toman (otra vez el verbo "tomar") una postura política. Ya no es inocente llamar Proceso a ese período. Las palabras trazan una línea y está bien que así sea.
El segundo ejemplo es reciente. La sociedad discutía si se le daría o no derecho a contraer matrimonio a una pareja formada por dos mujeres o por dos hombres. "Ley de matrimonio gay", empezamos llamándola. Pero a medida que pasaban los días, cambiamos el nombre y elegimos llamarla "ley de matrimonio igualitario". ¿Por qué? Porque no se trataba de una ley que regulara el casamiento de la comunidad gay (lo que habría sido discriminatorio), sino de asimilar a esas parejas a la ley de matrimonio existente. El mismo matrimonio para todos. Hablar hoy de ley de matrimonio gay implica una discriminación que, en el mejor de los casos, puede ser todavía involuntaria. Esta evolución del lenguaje no está tan consolidada como la anterior. Llevará un tiempo, pero el modismo también caerá en desuso y se trazará otra línea.
El tercer ejemplo es tan actual que estamos parados sobre él. Escuchamos a diario la frase "a favor del aborto" o "pro-aborto". Lenguaje que juzga e intenta que el mensaje sea decodificado unívocamente: "pro- aborto = asesino". Nadie es pro-aborto; las mujeres que quedan embarazadas y deciden interrumpir su embarazo seguramente preferirían no haber quedado embarazadas. Pero ante el hecho consumado del embarazo no deseado, de lo que se trata es de poder elegir. Por eso se está a favor o no de "la despenalización del aborto", de la "legalización del aborto", no del aborto. Y esto no es menor. Ni mucho menos inocente. Cuando escuchamos decir: "Jueza a favor del aborto", o "la Iglesia condena la postura pro aborto de Fulano de tal", debemos tener en claro por qué se elige decirlo de esa manera: no sólo para descalificar, sino también para evitar la posible discusión de la ciudadanía sobre el tema. ¿Quién se sentiría capaz de decir: "Yo soy pro aborto"? En cambio, muchos más estarían en condiciones de cuestionarse si están a favor o no de la despenalización del aborto. Discutir si en la Argentina una mujer sin recursos económicos debe o no tener acceso a la interrupción de un embarazo no deseado con las mismas medidas de higiene y seguridad con que hoy lo hacen en el mismo país las mujeres que tienen dinero.
Hace un tiempo, vi un programa de televisión en el que enfrentaron a la madre de una discapacitada violada, a la que un juez no le permitía abortar, con una mujer que pertenecía a una institución que abogaba por prohibir el aborto en todas las circunstancias y para todas las mujeres. Esa mujer llamaba "abuelita" a la madre de la chica violada y embarazada. Lo decía con un tono suave, hasta cariñoso. La madre de la chica violada entendió rápidamente qué trataba de hacer esa mujer con el uso de esa palabra, y supo defenderse. "A mí no me llame de ese modo; yo no soy abuela de nadie", dijo.
Las palabras son poderosas. El lenguaje libra batalla. Puede ser una vía de dominación, pero también de resistencia. Cuando un discurso apela al "sentido común", no se nos permite pensar cómo son o funcionan las cosas, sino sólo si se adecuan o no a un sistema preexistente y hegemónico. Equiparar la toma de colegio con tomar la Coca-Cola de una heladera, o llamar "abuelita" a la madre de una chica embarazada porque fue violada intentan eso.
El análisis crítico del discurso debería ser una materia obligatoria desde la escuela primaria. Así tendríamos herramientas para resistir desde el lenguaje.
Fin de la transcripción y tampoco esto necesita que ya agregue comentario alguno.
Por último quiero decir algo en defensa de mi ya prolongado anonimato, y que, a decir verdad no sé cuánto más se prolongará, aunque, como ya dije en alguna ocasión, tarde o temprano todo llega a su fin.
A lo largo de estos años, en que he escrito esta columna, varias personas se han molestado y otras, aunque aprobando los textos, han cuestionado el uso del seudónimo –muchas otras, la mayoría, han aprobado ambas cosas-. Entre los que se han molestado hay críticos y, -esto me produjo cierta extrañeza- también algunos artistas –y no estoy hablando de aquellos a quienes critiqué duramente, porque para esos se trata de algo más personal-; hasta hubo una artista que me pidió que la sacara de mi lista y no le enviara más textos. Me extraña que tanto críticos como artistas jóvenes, que están muy al tanto de las estrategias contemporáneas, y de la diversidad de lenguajes y de soportes que los artistas usan hoy día para construir su obra, no acepten ni comprendan que mi práctica se inserta perfectamente dentro de esas estrategias, que la construcción de este personaje es parte de mi obra
Los artistas – y todos los demás también- vivimos en un tiempo en que hay mucho para decir, paradójicamente, -o no- la mayoría ha elegido el silencio, la especulación, la no confrontación, como si hubiera mucho que perder en un ambiente que sabemos mezquino y mediocre, en un medio donde el evento artístico más importante del año es una “feria”, y donde no puede hallarse un minuto de reflexión acerca del sentido de las obras, o de la identidad de nuestra producción, y muy especialmente, de la de nuestros artistas jóvenes. Mi anonimato tiene un límite y es parte de una estrategia, y cuando ya no sea el Pato Lucas, sino un artista como tantos otros, no tendré ningún problema en seguir sosteniendo todos y cada uno de mis dichos, porque si he vivido del arte en muchos sentidos, no ha sido gracias al mercado, ni a los críticos, aunque varios de ellos hayan escrito sobre mi trabajo. No le debo nada a nadie, lo que construí, lo hice “a pulmón”, como la mayoría de los artistas de este país. Tengo críticos amigos, pero no es una amistad interesada, y creo que ellos lo saben.
El Pato Lucas, entonces, debe ser considerado como parte de la obra de un artista, del cual, por el momento, no se conoce la identidad –aunque muchos lo sepan y algunos la sospechen-, y esa es mi mejor y única defensa, si es que necesito alguna.
Saludos y hasta la próxima.
El Pato
2 comentarios:
olé olé olé olé paaaatoooo paaaatoooo
Hola Pato
¿Tenés un mail privado?
Me gustaría hacerte una entrevista para un trabajo de la facultad.
Gracias
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