Hola a todos.
Quiero recomendarles un libro, pero también compartir una duda que desde hace un tiempo me viene rondando….¿Y si Marcel Duchamp no hubiera sido más que un gran bromista? Quiero decir, un bromista muy inteligente, culto y seductor. Si así fuera, el arte contemporáneo y la mayor parte de su teoría anexa estarían girando sin fin alrededor de un chiste. Recuerden que una de sus frases más significativas fue “Les tiré un urinario por la cabeza y lo convirtieron en una obra de arte”…Notable, nos tiró un urinario por la cabeza hace 90 años y la mayoría de nosotros aún lo tenemos incrustado precisamente allí, en la cabeza. Podría decirse que fue una broma pesada y duradera…
Bueno, el libro que les quiero recomendar es:
EL ARTE EN ESTADO GASEOSO.
de Yves Michaud
Fondo de Cultura Económica.
Breviarios.
Ante todo debo agradecer a mi amiga María por pasármelo, y para entusiasmarlos un poco paso a transcribir algo de la introducción:
“Este mundo es exageradamente bello.
Bellos son los productos empacados, la ropa de marca con sus logotipos estilizados, los cuerpos reconstruidos, remodelados o rejuvenecidos por la cirugía plástica, los rostros maquillados, tratados o listeados, los piercings y los tatuajes personalizados, el ambiente protegido y conservado, el marco de vida adornado por las invenciones del diseño, los equipos militares con su aspecto cubo-futurista, los uniformes rediseñados tipo constructivista o ninja, la comida mix en platos decorados con salpicaduras artísticas a no ser que de manera más modesta sea empaquetada en bolsas multicolores en los supermercados (…). Hasta los cadáveres son bellos cuidadosamente envueltos en sus fundas de plástico y alineados al pie de las ambulancias. Si algo no es bello, tiene que serlo. La belleza reina. De todas maneras, se volvió imperativo: ¡que seas bello! O, por lo menos, ¡ahórranos tu fealdad!
Claro, estoy bromeando: la belleza en cuestión está en nuestras miradas y los imperativos en nuestras ideas. Fuera de ello, si se suspende el uso de aquellas categorías propiamente estéticas, subsiste el mismo océano de fealdad (salvo que en éste caso, observémoslo, la categoría de la belleza es de la que aún hacemos uso subrepticiamente); de horror (por lo menos en este caso hemos cambiado un poco de categorización), de trivialidad cómoda que constituye lo ordinario del mundo. Basta con cambiar de lentes y de modo de pensar para encontrarse con un mundo que ya no es nim bello ni feo, que será captado bajo otras cualidades y propiedades, que de golpe vuelve a ser tal como se pudo presentar en otros tiempos o en otras culturas. Según las sociedades, las religiones, los modos de producción, este mundo pudo ser experimentado, vivido o considerado como valle de lágrimas, mundo de dolor o de gozo, de trabajo o de dulzura, de justicia o de escándalo, de humildad terrenal o de aspiración al más allá; de ninguna manera como bello o como feo. Salvo que ahora los lentes de la estética están bien puestos sobre nuestra nariz y las ideas de belleza bien metidas en nuestra cabeza. Nosotros, hombres civilizados del siglo XXI, vivimos los tiempos del triunfo de la estética, de la adoración de la belleza: los tiempos de su idolatría.
Resulta difícil y hasta imposible escapar de este imperio de la estética. Hasta la visión moral de los comportamientos parece estar ahí “para verse bien”, y la moral se vuelve una estética y una cosmética de los comportamientos. Es necesario que el mundo rebose de belleza y, de repente, rebosa efectivamente de belleza. Este mundo, hoy, es exageradamente bello.
La paradoja en la que me voy a detener es que tanta belleza y, junto con ella, un tal cultivo de la estética se cultivan, se difunden, se consumen y se celebran en un mundo cada vez más carente de obras de arte, si es que por arte entendemos a aquellos objetos preciosos y raros, antes investidos de un aura, de una aureola, de la cualidad mágica de ser centros de producción de experiencias estéticas únicas, elevadas y refinadas. Es como si a más belleza menos obra de arte, o como si al escasear el arte, lo artístico se expandiera y lo coloreara todo, pasando de cierta manera al estado de gas o de vapor y cubriera todas las cosas como si fuese vaho. El arte se volatilizó en éter estético, recordando que el éter fue definido por los físicos y los filósofos después de Newton como medio sutil que impregna todos los cuerpos.
Esta desaparición de las obras para dejar lugar a un mundo de belleza difusa, profusa, como gaseosa, nace, nació, de varios procesos.
Por un lado un movimiento de desaparición de la obra como objeto y pivote de la experiencia estética llegó progresivamente a su fin. Ahí donde había obras sólo quedan experiencias. Las obras han sido reemplazadas en la producción artística por dispositivos y procedimientos que funcionan como obras y producen la experiencia pura del arte, la pureza del efecto estético casi sin ataduras ni soporte, salvo quizá una configuración, un dispositivo de medios técnicos generadores de aquellos efectos. Una instalación de video como ya se ve en cualquier galería o en las boutiques de lujo es el paradigma de esta especie de dispositivo productor de efectos estéticos.
Para retomar la expresión utilizada en 1972 por el crítico de arte Harold Rosenberg, junto al proceso de desestatización del objeto existe un proceso de desdefinición del arte. Al reflexionar sobre las producciones del neodadaísmo de los años sesenta, los happenings de finales de los años cincuenta, las transcripciones y desvíos de objetos e imágenes ordinarios del arte pop, Rosenberg, crítico de vanguardia, trotskista estadounidense, heraldo de la pintura gestual (action painting), hacía constar que las obras de arte de su tiempo eran cada vez menos obras sobresalientes de un género y utilizaban los materiales reconocidos de este género. Señalaba que cada vez más cosas diversas y heteróclitas –y finalmente cualquier cosa- podían funcionar como obra y ser propuestas como tales. Duchamp, precursor enigmático y malicioso, abrió la caja de Pandora a principios del siglo XX con su ready made. Warhol, ícono frío de los sixties, cumplió con su popularización por medio del arte pop cuando cajas de detergente Brillo
(por cierto todavía fabricadas, todavía producidas: madera aglomerada cubierta por serigrafías) se vuelven esculturas en una transustanciación tan oscura y adorable como la de la eucaristía.
Esta primera mutación aparece muy temprano en el arte del siglo XX –probablemente a partir de los Papiers collés de la primera década del siglo pasado-. Se extiende a los objetos del arte y a la naturaleza de la creación: el creador de obras es cada vez más productor de experiencias, ilusionista, mago o ingeniero de efectos, y los objetos pierden sus características artísticas establecidas. Los cuadros acogen fragmentos de papel pintado o de linóleo, collages, trozos de objetos y de elementos reciclados –hasta que ya no quede nada del cuadro en el sentido de la convención de una superficie coloreada- Instalaciones de objetos o performances se vuelven obras. Las intenciones, las actitudes, y los conceptos se vuelven sustitutos de obras. Sin embargo, no es el fin del arte: es el fin de su régimen de objeto.
Segundo proceso interno del mundo del arte, diferente del primero pero desemboca en lo mismo: un movimiento de inflación de obras hasta su extenuación. Desde este segundo punto de vista, las obras no desaparecen por evaporación o volatilización sino, al contrario, por exceso y hasta por plétora, por sobreproducción: al multiplicarse, al estandarizarse, al volverse accesibles al consumo bajo formas apenas diferentes en los múltiples santuarios del arte transformados en medios de comunicación de masas (los museos son mass media). Hay tanta profusión y tanta abundancia de obras, tanta superabundancia de riquezas que ya carecen de intensidad: abunda la escasez y lo fetiche se multiplica en los departamentos del supermercado cultural.. Casi al mismo tiempo, en el campo de la relación con las experiencias y del culto del arte, se ve la racionalización, la estandarización y la transformación de la experiencia estética en producto cultural accesible y calibrado. Esta es la verdad en la época, primero del tiempo libre, del turismo y de los progresos de la democratización cultural y, segundo, de la mediación cultural. Lo que se traduce y se manifiesta a la luz del día en el desarrollo y posteriormente, la inflación del número de museos y su transformación en templos culturales del arte (malls del arte). En estos se consume, en todos los sentidos del término “consumir”, una producción industrial de las obras y de las experiencias que desemboca también, en la desaparición de la obra.”(…)
Bueno, si les interesa cómprenlo, pídanlo prestado, etc,
Y ahí van un par de fragmentos de otro texto interesante y reciente. Se trata de:
“LO CONTRARIO DE LA INFELICIDAD”
Promesas estéticas y mutaciones políticas en el arte actual
José Fernández Vega
Ed. Prometeo
Fernández Vega es argentino, investigador del Conicet. y profesor de la U.B.A
Leyendo el texto podríamos decir que es un teórico ”de verdad”, no como algunos de los que ya henos hablado anteriormente y que se empeñan en tratar de convencernos de que el arte “tiene que ser divertido”…¿Qué clase de categoría es esa? Bueno, ese es tema para otro día.
Transcribo:
¡Todo lo que se diga sobre el arte actual parece condenado a replicar, de manera involuntaria o deliberada una característica del individuo, y acaso también, una visión general de nuestra cultura. ¿Pretende el arte una autonomía que no es capaz de sostener? ¿Se halla entregado al comercio, subsumido al capital?¿O se trata quizás de que perdió referencias, de que ya no dice nada significativo?
Como el propio individuo, el arte ha recibido acusaciones por su escasa disposición hacia el otro y por su empobrecimiento interior. ¿Es incapaz de vincularse fuera de su círculo íntimo a causa de su lenguaje narcisista, demasiado autorreferencial? ¿Desecha las metáforas poniendo en su lugar toscos mensajes literales debido a la hegemonía semántica de la técnica? ¿O acaso en el origen de semejante atrofia simbólica hay “solo” una excesiva exposición a las radiaciones de la (in)comunicación de masas?”
(pag.9)
“El año 1984 resultó una fecha signada por la paradoja para el filósofo estadounidense Arthur C. Danto. Después de publicar un artículo en el que retomaba la tesis, de origen hegeliano, sobre la muerte del arte, el teórico dio un giro en su trayectoria intelectual y aceptó convertirse en crítico de arte de la revista The Nation. Si se buscara resumir la intención de su obra “Después del fin del arte”, podría decirse que ella busca explicar la subyacente contradicción de 1984 entre su afirmación teórica y su nueva tarea profesional, pues ¿De qué habría podido ocuparse Danto en su flamante rol de crítico si, poco antes como filósofo, parecía haber despojado de todo objeto esa función? “(pag. 15)
Se las dejo picando ahí….
Si tienen ganas…y tiempo me gustaría que me cuenten que significa para Uds. ser artistas hoy, no tienen que contestarlo sólo quienes son artistas. Me interesan todas las opiniones. Luego, si quieren puedo transcribir todas las respuestas, o bien sólo las de aquellos que me autoricen a hacerlo.
Bueno, ya me cansé de escribir y además me estoy perdiendo “Gran Hermano”, me gusta ver cuando duermen…no por voyeurismo, sino porque cuando están despiertos hablan y como decía Marx (Groucho ) “Es preferible callar y que se sospeche que uno es tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente”
Un abrazo.
El pato Lucas.
martes, 1 de abril de 2008
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1 comentario:
Un artículo sobre Danto:
Danto, ese sabio
http://www.margencero.com/almiar/arthur-danto/
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