martes, 1 de abril de 2008

LEÓN DE ORO, ABELARDO CASTILLO, DI GIROLAMO Y NUEVO ANIMALITO EN EL ZOO

Hay un nuevo animalito en el zoológico. Macri ha designado flamante ministro de cultura. Los que hayan leído la entrevista que le hicieron en Ámbito Financiero entenderán por qué digo “animalito”. En su próxima entrega el Pato Lucas se dedicará a desplumar – aunque plumas no creo que tenga, más bien parece uno de esos simpáticos cuadrúpedos de orejas largas que tiran de las carretas-, bueno, decía que me dedicaré a analizar parte por parte la entrevista que le realizó el pasquín financiero. No lo hago en esta entrega porque ya tenía estos textos muy avanzados cuando lo leí, pero les aseguro que es una joya imperdible, y si alguno de ustedes me consigue el e-mail del susodicho burro,- perdón, secretario de cultura-, le haré llegar con gusto mis observaciones.


LEÓN DE ORO, ABELARDO CASTILLO, MARTÍN DI GIROLAMO.

Lo primero que quiero expresar es mi gran alegría por el merecidísimo premio otorgado a León Ferrari en Venecia. Imagino que todos estamos de acuerdo, excepto tal vez el cardenal Bergoglio y algunos de sus amigos, y seguramente el nuevo secretario de cultura de la ciudad.

Pasando a otro tema, estoy leyendo un libro de Abelardo Castillo que se llama “Ser escritor”, compuesto de pequeños ensayos y textos sueltos, y quiero transcribir un fragmento que me parece significativo. Se titula “lugar del escritor”

“Me preguntan cuál es el lugar del escritor en el mundo actual. La pregunta sería más fácil de responder –y la respuesta, más desalentadora- si nos preguntáramos por el lugar del arte en general. Si “lugar” significa influencia o importancia práctica, el arte no ocupa ningún lugar.
En los años sesenta, o hasta los años sesenta, podía hablarse de la misión del escritor, de su destino, de su compromiso histórico. Se hablaba de la literatura como arma, como modo del conocimiento, como una especie de artefacto estático, en suma, destinado, aunque fuese a largo plazo, a influir sobre la gente o a cambiar el mundo. No importa que estas ideas fueran falsas, incluso estúpidas; importa que permitían escribir y, sobre todo, que podían pensarse. Creo que ningún escritor se pregunta hoy para qué sirve la literatura, por miedo a la respuesta. Siendo escritor, no puedo reflexionar sobre la literatura en general sin reflexionar sobre mi literatura en particular, y a nadie le gusta descubrir que lo que hace carece de importancia.
Hacer poemas, hacer novelas, siempre fue un oficio secretamente vergonzante. El escritor tradicional resolvía el problema imaginando que, por lo menos, era un ser necesario. Una suerte de trabajador marginal o de filósofo marginal, pero, a fin de cuentas, necesario. Hoy sospecha que esta coartada es falsa y, con simulada humildad, se vuelve pragmático: se ve a sí mismo como un mero objeto de la economía de mercado. Un libro es algo que se vende, por lo tanto su autor es un productor de bienes de consumo. La finalidad de una novela no es perdurar ni testimoniar el mundo, ni siquiera ser leída; la finalidad de una novela es ser vendida. Los editores y los suplementos culturales nos acostumbraron a ese modo de pensar. No hay listas de mejores libros, hay listas de libros más vendidos.
El problema es que esta coartada también es falsa, al menos si se es argentino. En un país donde los libros de ficción –no hablemos de la poesía- no venden más de dos o tres mil ejemplares, y esto cuando son un acontecimiento, es difícil, siendo escritor, sentir que se ocupa un lugar. ¿Quién tiene la culpa de esto? Confieso que no se, y confieso que el problema no me importa demasiado. Estamos atravesando por lo que yo llamaría una crisis universal del sentido. La religión, la ciencia, el arte, ya no dan respuestas a nadie. El final de la historia, el fin de las ideologías, la muerte de las utopías, quieren decir sencillamente que no le vemos un sentido al mundo. La pregunta, entonces, sería: ¿Qué sentido tiene la literatura en un mundo sin sentido? No hay más que dos respuestas. La primera: ningún sentido. La segunda es precisamente la que hoy, no parece estar de moda. El sentido de la literatura es imaginarle un sentido al mundo y, por lo tanto, al escritor que la escribe. En esto, el escritor de los noventa me parece idéntico al de los sesenta, al de los treinta, al del siglo XXI.
Empecé diciendo que el arte no ocupa ningún lugar. Esa también me parece una buena respuesta, una respuesta metafórica y, por lo tanto, literaria. Todos sabemos que “utopía” significa precisamente eso: no lugar, ningún lugar.
Un escritor no es sólo un señor que publica libros y firma contratos y aparece en televisión. Un escritor es, tal vez, un hombre que establece su lugar en la utopía”

Fin de la trascripción. Ahora les propongo que cambien la palabra escritor por la palabra pintor, o artista plástico, o artista visual, como prefieran y la palabra literatura por artes visuales y novela o libro por obra…aunque supongo que ya lo habrán hecho mientras lo leían ¿no?

Otro tema. Cayó por casualidad en mis manos un número de la revista “Planeta Urbano”, una publicación muy “cool”, que nunca leo, y en ella encontré una entrevista a Martín Di Girolamo. En un momento de la entrevista le preguntan a Martín:

¿Cuánto influye en tu obra el alto contenido erótico que se ve en las calles y en los medios actualmente?

Y el responde:

Mucho, porque a veces me siento como una especie de cronista, de persona que plasma lo que está pasando. Soy muy observador y me nutro permanentemente de la realidad que se está viviendo. Por eso siento que mi obra es contemporánea, porque responde a problemáticas que son actuales, que la gente está viviendo a diario, y por eso es que tengo una vigencia.

Realmente aprecio a Martín y su obra me gusta pero en este punto tengo que disentir con su interpretación, con su lectura. No creo que la obra de Martín tenga vigencia porque él sea un cronista de lo que está pasando, no es por eso que su obra es contemporánea, o sólo lo es en una segunda instancia. Porque, convengamos, “lo que está pasando” es mucho más que lo que ocurre en el mundo de esas chicas “cool” que él retrata, la exclusión social, el aumento de la violencia, el paco, los adolescentes que mueren por excesos de todo tipo, el setenta por ciento de la gente que vive en el planeta está fuera del sistema, en fin, podríamos agregar docenas de cosas más que están pasando, pero claro, eso en Ruth Benzacar será muy difícil verlo. El motivo de la vigencia de la obra de Martín es más profundo y yo diría, más atemporal. Su vigencia está dada por la enorme atracción que ejerce hoy y siempre el fetichismo Sus obras son fetiches brillantes, y cuanto más perfectas, cuanto más realistas y bellas, más fetiches. La belleza ha sido un fetiche poderoso en cualquier época porque, creo que podemos estar de acuerdo en que si Martín retratara a Lita de Lazzari no le iría tan bien. Y por último, está la cuestión del tamaño, porque, ¿Quién no ha soñado tener una chica de esas en la mesita de luz? Bueno, sí, debo confesarlo, el Pato Lucas también es fetichista.

Nietzsche decía que todo aquello que puede ser pensado ha de ser sin duda una ficción, así que nunca tomen demasiado en serio las cosas que digo.

Un abrazo.
El Pato Lucas.

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